Yo o el caos
La política y el amor comparten muchas características. Parafraseando a Borges, «esto es moneda corriente, pues impregnar toda posible actividad con las mismas pasiones es una costumbre que suele tener la gente». A medida que se acercan las elecciones los discursos electorales necesariamente van perfilando posturas polarizadas.
La política electoral tiene un elemento que se impone por sobre cualquier otro para seducir al votante. Crear polaridad, pues sin ella no hay sensación de poder elegir. Es imprescindible el maniqueísmo de malignizar lo que el oponente ofrece simultáneamente a idealizar lo propio. Una de las oposiciones más recurrentes son la estabilidad del conservadurismo versus las novedades y cambios del progresismo.
Existen en el imaginario colectivo diversos clichés, de diferente signo, en torno a esta dicotomía. Se suele dar un combate entre la seguridad de lo conocido y la amenaza de caos que supone el cambio o entre lo opresivo y fósil del sistema establecido versus la promesa de un cambio justiciero y subsanador. Aunque en el discurso político esta temática suele ser sobresimplificada, e instrumentalizada, en la ciencia ocupa un lugar importante en las investigaciones y teorías. Principalmente en biología evolutiva, sociología, economía y psicología.
Hace años que los científicos se preocuparon por la cuestión de la estabilidad y el cambio en los sistemas y por su peso en la toma de decisiones, teoría de juegos y estabilidad de sistemas económicos o biológicos. Uno de los pioneros fue el matemático norteamericano John Forbes Nash quien en su tesis de doctorado en 1951 definió lo que se conoce «equilibrio de Nash» que se aplicó a la teoría de los juegos y luego a otras ramas de las ciencias por lo que mereció un Nobel de economía. Como curiosidad, es conocido por la película biográfica Una mente maravillosa del año 2001 que describe las recaídas en brotes esquizofrénicos de este genial matemático.
En teoría de juegos se llama «equilibrio de Nash» a una situación en la cual todos los jugadores tienen una estrategia que maximiza sus ganancias en función de las estrategias estables de los otros. Consecuentemente ningún jugador tiene incentivo para cambiar su estrategia. Más adelante el genetista darwiniano inglés John Maynard Smith refinó el equilibrio de Nash aplicándolo a la biología evolutiva. Su idea es que por selección natural, una estrategia evolutivamente estable tiende a eliminar individuos mutantes. En otras palabras, la estabilidad de una estrategia evolutiva que funciona tiende a rechazar los cambios.
«If it works, don’t touch it», que se traduce como «si funciona, no lo toques», es una conocida expresión de los ingenieros electrónicos. Esta problemática también afecta fuertemente las relaciones sociales y los lazos afectivos. Una relación de amistad o de pareja se podría equiparar a un juego con reglas estables. Sin embargo, se hace evidente que tanto como la estabilidad una relación necesita admitir cambios para no sucumbir.
Sucumbir no necesariamente significa ruptura. Es frecuente que parejas desarrollen estrategias tan estables que hacen que «no pase nada». Una manera de sucumbir… al aburrimiento. Con mucha frecuencia las crisis matrimoniales, entre padres e hijos o en amistades se deben al estallido de un largo período en que una de las partes negó la existencia de un cambio o una nueva necesidad en la otra.
Es dramático el desencadenamiento de un sentimiento de decepción traición o abandono ante un cambio de la persona amada que es, en realidad, un simple efecto de crecimiento personal. De hecho este fenómeno es una de las causas más frecuentes por las que una historia de entendimiento, complicidad y pasión deriva hacia el desencuentro, el aislamiento o la hostilidad.
Por eso, se trate de un estadista o un amante nadie puede funcionar sin estabilidad pero tampoco sin cambios. Un chiste cuenta que un alcalde ante los vecinos congregados frente al Ayuntamiento reclamando su dimisión les interpela: «¿Qué preferís, yo o el caos?». Los vecinos gritan al unísono: «El caos, el caos», a lo que el alcalde les responde: «Pues os fastidiáis, porque el caos también soy yo».