Psicólogo en Mallorca

Turismo, amor y odio

La vertiginosa escalada de la industria turística en Balears está infiltrando muy rápidamente muchos aspectos de la vida de sus habitantes y los titulares de portada de cada día son un contundente reflejo de ello. Lo que da a este fenómeno una especial complejidad es que aúna elementos positivos, por no decir imprescindibles, con otros intensamente negativos.

Este es uno de esos casos en que puede hacerse un paralelismo entre los fenómenos psíquicos individuales y los sociales. Debido a que toda elección acarrea una pérdida, las contradicciones suelen estar presentes en muchas decisiones. Que esas contradicciones deriven en parálisis o salidas sostenibles depende de la optimización entre proporciones y la asunción de costos.

A principios del siglo pasado el psicólogo suizo Eugen Bleuler introdujo el término «ambivalencia» para describir el caso frecuente en que sentimientos de amor y odio convergen en una misma relación. En la actualidad es el término técnico que usamos los psicólogos clínicos para este fenómeno considerado uno de las causas más frecuentes de síntomas de ansiedad y angustia. Veamos algunos ejemplos.

El diagnóstico de muchos de los conflictos que corroen las parejas mezclando el amor con el odio encuentra la ambivalencia como causa. «Ni contigo ni sin ti». Para un estudiante la elección de una carrera supone renunciar a otros intereses que quedan relegados a un nivel muy secundario. Si no se reduce el nivel de ambivalencia, puede desembocar en un ejercicio cansino de una profesión que no se llega a amar lo que genera un bucle por no poner el entusiasmo y la creatividad que permitirían generar resultados más gratificantes y exitosos.

Las relaciones entre hermanos, en las que conviven celos, rivalidades amor y complicidad también constituyen relaciones ambivalentes. Lo que suele crear conflictividad en estas decisiones y los costos que suponen es que la ley fundamental de la motivación es buscar todo lo que suma y nada de lo que resta. En otras palabras, rechazar toda frustración y buscar solo beneficio.

El reparto de roles en la economía europea sumado a los conflictos que asolan otros destinos empujó a España en general y a Balears en especial al turismo como monocultivo. Lamentablemente al hecho de ser el sostén de la economía lo acompañan imperativos que impactan severamente en la calidad de vida y el tejido social hasta niveles cada vez más profundos.

Los medios reflejan de modo creciente los conflictos derivados del incremento de precios de la vivienda y la alteración del tejido urbano. Para las clases medias, la llegada del período estival significaba el traslado a viviendas de verano en zonas de playa o fincas de campo que se habilitaban con la llegada del calor y se cerraban al final de la temporada.

Una escena cada vez más frecuente es que la alta rentabilidad que supone la demanda turística lleva a que las familias se priven de ese usufructo, las alquilen y además, para que sea más rentable, carguen con la intendencia que supone vender ese servicio. El recurso tradicional de una pequeña embarcación para el paseo, la pesca recreativa o el deporte de la vela se ve cada vez más limitado por el encarecimiento de los amarres.

Esto es solo por mencionar algunas manifestaciones. Lo contradictorio es que el creciente malestar en muchos sectores de la población convive con el ser directa o indirectamente beneficiaria de este fenómeno socioeconómico.

El malestar por este choque de intereses guarda una sorprendente similitud con las causas que revelan el diagnóstico de muchos síntomas psicológicos provocados por la ambivalencia. Lo riesgoso de la ambivalencia, en uno u otro campo es que deriva en conductas híbridas que son expresión de uno y otro sentimiento sin tener la eficacia de ninguno de ellos.

Cuando en unas pocas semanas se empiece a borrar el horizonte de Palma con la llegada de gigantescos cruceros de los que bajen alegremente miles de almas que no dejan hueco en la ciudad, traerán una cierta incomodidad, pero también algunos dinerillos y eso produce encontrados sentimientos. Cuando hace unos pocos siglos, los fuegos de las torres de señales avisaban el siniestro avistamiento de los barcos piratas que traían destrucción, saqueos y muerte la gente huía o combatía esa encarnación unívoca del mal. Eran malos malísimos. Pero eso no generaba ambivalencia.

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