Psicología del negacionismo
Estos últimos días las restricciones destinadas a la lucha contra la pandemia han derivado hacia una convulsión social en forma de violentas protestas y vandalismo en varias ciudades españolas y del mundo.
Sin duda se trata de un fenómeno complejo en el que convergen causas tan diversas como la precariedad económica, el oportunismo político, o el cúmulo de frustraciones psíquicas para una parte de la población.
Siendo un tanto esquemáticos podrían describirse dos polaridades ideológicas en las reacciones frente a la epidemia: la incredulidad radical de los negacionistas versus la volatilidad de la visión de los acontecimientos de quienes aceptan de manera acrítica cualquier afirmación, ya sea de los medios de comunicación o de las redes.
Los primeros, los negacionistas, desarrollan una ceguera frente a las evidencias de la realidad, una actitud paranoide, adhieren a teorías conspirativas y desarrollan actitudes contestatarias que en las versiones extremas que se están viendo llevan a la violencia y la destrucción de todo orden.
Los segundos, los crédulos, sufren de un estado de desorientación ante toda información con independencia de la garantía de su fuente y de los procesos de verificación que los llevan a confiar de un modo ingenuo en la eficacia de ciertos productos para la cura o la prevención de la enfermedad viral.
Los errores en que nuestro pensamiento puede incurrir ante la incertidumbre son clasificados por los investigadores como errores de tipo 1 y errores de tipo 2. Este es un concepto de la psico-estadística de gran importancia para la investigación.
Una versión muy simplificada sería que ante cierto grado de incertidumbre podemos cometer un error de tipo 1 cuando afirmamos que una hipótesis verdadera es falsa, y un error de tipo 2 al afirmar que una hipótesis falsa es verdadera.
En otras palabras, ser escéptico ante lo evidentemente cierto es un tipo de error y ser crédulo ante lo evidentemente falso es otro. Por ejemplo, cuando Donald Trump o Jair Bolsonaro afirmaron que la información médica de que el Covid 19 era una enfermedad nueva y peligrosa era falsa pues se trataba solo de una “gripecilla” cometieron, e indujeron a la población a cometer, un error tipo 1.
Ambos presidentes además cometieron un error del tipo 2 al dar una hipótesis falsa por verdadera, al afirmar que el virus se cura bebiendo lejía o tomando cloroquina.
En las últimas revueltas contra las medidas precautorias se observa una mezcla tóxica de lo peor de ambos tipos de error: quienes creen en todo tipo de conspiración absurda comparten la escena con aquellos que niegan las estimaciones basadas en investigación médica científicamente controlada.
Como muchas cuestiones que atañen a la salud mental, la capacidad crítica y el grado de credulidad frente a los datos que se reciben, la solución está en el equilibrio.
Es posible que el incremento de fallos de la capacidad cognitiva se deba a que las medidas sanitarias por la pandemia conllevan un aumento de la frustración de múltiples necesidades, comprometiendo la capacidad cognitiva y alterando el equilibrio entre credulidad y desconfianza. La consecuencia es la degradación, en sectores vulnerables de la población, del juicio crítico respecto a los hechos objetivos.
En algunos medios ha surgido la hipótesis de que los brotes de agresividad descontrolada que están apareciendo en las ciudades españolas podría tener, entre otras causas, la falta del espacio de desfogue que ofrecen los eventos futbolísticos.
En realidad, uno los factores psicológicos que subyacen a estos estallidos de ira es un antiguo concepto de la psicología clínica llamado represión. Se trata de que cuando las necesidades psico-biológicas no encuentran formas de expresión y satisfacción se expresan en formas sintomáticas y menos eficientes.
Salvo algún trofeo de los saqueos a comercios, los protagonistas de las revueltas destructivas de estos días no consiguen mejorar sus vidas.
En fin, que 2 fenómenos aparentemente distintos como son los desequilibrios del pensamiento crítico y las expresiones descontroladas de violencia que estamos viendo tienen en la frustración un origen común.
En circunstancias normales las expresiones de lo reprimido suelen irrumpir frecuentemente en la vida cotidiana, pero lo hacen de formas muy diversas e incluso sutiles.
La prueba de que este fenómeno no es nuevo es que en mitad del siglo XX el escritor y periodista global de los fenómenos de masas, George Orwell, conocido por sus libros 1984 y el de sugestivo título Rebelión en la granja afirmó: … Un chiste picante es una especie de rebelión mental. Sobre todo, en una época de cierta represión en cuanto a asuntos íntimos …
Claro que un chiste picante es una salida exitosa mientras que salir a quemar contenedores y romper escaparates es un fracaso.