Psicólogo en Mallorca

La gloria, droga dura

Estos días la primera plana de los medios de casi todo el mundo se han dedicado a Maradona y la parábola de su vida desde una infancia pobre a la gloria de un Dios y el derrumbe autodestructivo que lo mató.

Su historia es una oportunidad para analizar lo que ocurre cuando se entrecruzan dos fenómenos de distinta índole: las necesidades de la sociedad de construir ídolos y emblemas, y las vicisitudes de la estructura narcisista de algunos individuos. El hambre y las ganas de comer.

Son realidades distintas y por lo tanto las podemos analizar por separado.

En relación al funcionamiento de la sociedad, la historia de la civilización prueba la imperiosa necesidad de los humanos de negar la pequeñez y la fugacidad de la vida mediante la construcción de realidades y seres sobrenaturales. Necesidad que no se sacia con la fe en dioses que acompañen desde el lejano cielo. La historia abunda en ejemplos de encumbramiento de individuos a los que se inviste de atribuciones a la misma velocidad en que se los desprovee y degrada. En ese sentido las sociedades son inclementes, por no decir crueles. No se trata de amor del bueno sino del mundo de la fascinación. Amor y enamoramiento son cosas distintas, y hasta pueden llegar a ser opuestas.

Por eso algunas divas cautelosas cuyo máximo don es la efímera belleza de la juventud, se retiran discretamente mientras otras se arriesgan al esperpento.

Otro tanto ocurre con muchos deportistas excepcionales que aceptando la caducidad de la capacidad física que suponen los años se retiran a disfrutar de los beneficios materiales y concretos que han obtenido renunciando al candelero mediático reinventándose en otras dimensiones.

La insaciable necesidad social nada tarda en reemplazarlos puesto que para su función lo que hay dentro de los ídolos importa tan poco como la utilería de una obra de teatro. O sea, nada de nada. Tan poco como a los consumidores de películas “para adultos” les pueda interesar la personalidad de los personajes en acción más allá de las acrobacias sexuales.

Un ejemplo aun más extremo es el desenlace típico de los crímenes pasionales, el acertado título de la película de Patrice Leconte, “La maté porque era mía” expone dramáticamente el desprecio por la vida del otro que pueden acompañar la fascinación y la idealización.

Basta ver las imágenes del funeral de Maradona, un espectáculo dantesco de fanáticos gritando, cantando, riendo, llorando y enfrentando a la policía como en cualquier partido de futbol para entender que a nadie le importaba el desgarrado universo interior del hombre que acababa de morir.

Hasta aquí las necesidades de la sociedad.

¿Pero qué ocurre con quienes asumen la investidura?

A nivel de la delicada y compleja estructura que vertebra la autoestima, la identidad, los valores y motivaciones de la vida de cada uno, la cuestión es otra.

El conocimiento actual del funcionamiento psíquico revela que un elemento fundamental es lo que los psicólogos llamamos la máquina deseante.

Se trata de un sistema dinámico que solo funciona por la búsqueda constante de llenar un vacío que nunca se sacia totalmente, y que, además, requiere esperas, paciencia y convivencia con las frustraciones.

Esa es una de las claves de la predisposición a las adicciones. Claro que hay muchas personas que teniendo una vulnerabilidad nunca llegan a tener un estímulo demasiado fuerte y otras que aun sin estímulo transforman en drogas duras la comida, el alcohol, el cigarrillo o el dinero.

Un conocido caso de desestabilización por estímulo fuerte son los grandes premios de lotería. Es una figura frecuente la de quienes se desbaratan ante la súbita posesión de una cantidad de dinero cualitativamente distinta. Bill Gates no se descompensaría por ganar el más gordo de los premios.

Uno de esos “premios” poderosos es la popularidad.

Ese es el caso del malogrado futbolista. Un don tan preciso y limitado como una milagrosa habilidad para el malabarismo con el balón que lo convirtió, para los demás en un Dios… y él se lo creyó.

Tanto, que ya no pudo soportar nunca más que la vida se lo desmintiera. Y para su desgracia encontró en la sociedad todo tipo de cómplices que por su propia conveniencia le alimentaban el estado de gloria. No solo los camellos que le vendían la droga, sino hasta personajes como Castro, Chávez, Maduro, el Papa y otros mandatarios mundiales lo recibieron con los brazos abiertos por ser un ícono popular. Y eso sin mencionar la lucrativa maquinaria mediática de la prensa rosa, alimentando el espejismo allí donde fuese.

Pero sostener una irrealidad requiere cada vez más estímulos, más comilonas, más drogas y más actuaciones esperpénticas.

La pasada semana la afilada pluma de Matías Vallés aprovechó para mandar un sano consejo a los padres que pretenden transformar la experiencia saludable de un deporte social y lúdico en un destino de élite:

“Miles de padres se preguntan ahora mismo si sus hijos podrían ser Maradona sin las contrapartidas. No way, José. La gloria es un arma de doble filo, y antes de la condenación, recordad que el mafioso no se llama Maradona, sino futbol de élite”.

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