Psicólogo en Mallorca

Británicos de Magaluf y naturistas de Madrid hermanados en una causa

“El ayuntamiento de Madrid entiende que está bien que haya asociaciones que tomen esas iniciativas porque Madrid es la ciudad de la libertad, las posibilidades y las iniciativas”. Fue la declaración de la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena respecto a la autorización del “Día sin bañador”. O sea el derecho a desnudarse en las piscinas públicas. La iniciativa proviene de ADN, la Asociación para el Desarrollo del Naturalismo. Curiosamente coincidió, cosas del verano y el calor, con el peculiar desfile en cueros de un grupo de turistas británicos en las calles de Magaluf para tratar de implantar la moda de caminar desnudos por la ciudad. La Policía de Calviá tuvo que empeñarse a fondo aplicando multas de sesenta euros por cabeza, o mejor dicho por cuerpo.

Como se ve el simple hecho de la desnudez del cuerpo genera, como era previsible, un espectro de reacciones que van desde las condenas por obscenidad y ataque a la moral, hasta enaltecimiento de la libertad y lo auténtico. Muy inocente habría que ser para no ver en el discurso de la mentada concejala una oportunidad de rédito político. “Madrid es la ciudad del sí” ha dicho, homologando desnudez y libertad. A lo que Carmena dijo “ciudad del sí”, el Ayuntamiento de Calviá dijo “ciudad del no”. Es evidente que el rechazo a la visión de una parte de la anatomía se ampara en códigos, convenciones y represiones sexuales.

Más allá del maniqueísmo moralista, del uso reivindicativo, del oportunista aprovechamiento político o de la tendencia de personas y grupos a ideologizar y transformar en causa algo tan anodino como lo es una parte más o menos de la anatomía mostrable, se plantean interesantes cuestiones psicológicas y sociológicas. Lo que está en juego es algo tan importante como el sentimiento y la estética de la seducción, la insinuación, la sensualidad, la belleza y la búsqueda del amor, pero también la estética de lo obsceno, lo grotesco, lo escatológico, la provocación y hasta la agresividad.

Para hacer inteligible este complejo y multifacético fenómeno es necesario entender lo que en la moderna teoría de la comunicación se denomina meta-comunicación. El prefijo “meta” se refiere a “acerca de” y “comunicación” a las transmisión de señales mediante un código común entre un emisor y un receptor. En otros términos, lo que se transmite se relaciona a un código compartido. Esa definición abarca dos interesantes cuestiones que están en juego en este pintoresco conflicto: el primero es que no solo se transmite con palabras explicitas sino con posturas, gestos, vestimentas o ausencia de ellas, tapando o descubriendo partes del emisor. En Inglaterra, en tiempos de los Tudor, se desarrolló el “lenguaje del abanico” por el cual las mujeres victorianas de clase media-alta enviaban mensajes en el campo de la seducción. Algunos grandes modistos están poniendo en las pasarelas modelos veladas por finos tules que juegan con lo que muestran y ocultan.

Un escote, según su altura puede resultar sensual incluso sin mostrar nada u obsceno y grotesco dejando casi todo a la vista. Pero sea cual sea el canal de comunicación siempre hay un código y, en consecuencia, intencionalidad. Desde el punto de vista psicológico la forma en que una persona se tapa o destapa, los colores y formas de su vestimenta, puede estar profundamente conectada a su mundo interno, sus complejos y fantasías. La actriz americana Angie Dickinson dijo “Me visto para las mujeres y me desvisto para los hombres”. Por ejemplo, en muchos casos, y en el código de la cultura occidental, la exageración de un escote suele expresar un intento de fetichizar el propio cuerpo para darse un valor ante el sentimiento de carecer de otros atributos.

La segunda cuestión es que dado el carácter convencional y caprichoso de los códigos, no siempre coincide el significado que pretende el emisor y el que decodifica el receptor. Puede que los bañistas madrileños que se quitaron el bañador o los eufóricos británicos de Magaluf estén queriendo expresar algo que nada tenga que ver con la afrenta moral y el atentado al decoro con que algunos lo perciben.

Puede que algunos provoquen repulsa creyendo lograr admiración o amor, todo depende de los códigos. Más allá de lo que se teja sobre la simple anatomía humana, de lo que se cubra o muestre según modas y convenciones el cuerpo está ahí como lo plasmó el genial escultor Auguste Rodín: “El cuerpo desnudo del hombre no pertenece a ningún momento de la historia, sino que es eterno y puede ser visto con alegría por la gente de todas las edades”.

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