Psicólogo en Mallorca

Para que vas a sufrir

El pasado 6 de febrero este diario publicó en la sección de Salud un artículo titulado “Conoce los riesgos y efectos secundarios de las pastillas para dormir”. En él se enumeran los efectos secundarios del uso abusivo de las pastillas para dormir: aumento del riesgo de muerte prematura, accidentes cardiovasculares e hipertensión. Otras investigaciones descubrieron que también causan obesidad, alteraciones de la memoria, disminución de la libido, del entusiasmo y de la motivación, entre otros diversos daños psicofísicos.

En realidad aquel artículo es una manifestación entre muchas de una situación de alarma sanitaria global que está deviniendo en una epidemia. Se trata del aumento del consumo de psicofármacos en general, y de inductores del sueño y ansiolíticos en particular.

De hecho no es la primera vez que escribo sobre el tema en este espacio.

¿Como es posible que pese a tantas evidencias, la tendencia no se detenga y, por el contrario aumente?

Sin duda estamos frente a un fenómeno complejo que obedece, a la convergencia de varios factores. Los intereses económicos ya ha sido ampliamente destacados por muchos estudios e incluso descriptos los recursos por medio de los cuales la poderosa industria farmacéutica influye en el pensamiento de los profesionales de la salud. Una obra definitiva sobre el tema es el libro “Anatomía de una Epidemia” de Robert Whitaker. Entre otras afirmaciones dice ”el número de pacientes con discapacidad por enfermedad mental se ha casi triplicado, en paralelo a un espectacular aumento de la producción de droga. Parece como si esos psicofármacos fueran ‘balas mágicas’ que dejan fuera de juego la enfermedad mental, regresando a los pacientes a las filas de la ciudadanía productiva. Pero numerosos estudios clínicos publicados hace más de 50 años en prestigiosas revistas científicas, revelan una anomalía sorprendente: en repetidas ocasiones, las drogas empeoran la enfermedad mental y disparan riesgos de daño hepático, de aumento de peso, de colesterol o de azúcar en sangre”.

Pero nada de esto es nuevo y es insuficiente para explicar la persistencia de este hábito. Otros comportamientos perjudiciales como el tabaquismo, la ingesta de comida basura, el sedentarismo o la exposición a los efectos cancerígenos del sol por mencionar solo algunos ejemplos, han disminuido gracias a la información.

Por lo tanto tiene que haber otros factores que confluyan para que este hábito persista e incluso aumente. Es lo que en economía llaman una tormenta perfecta.

“Para que sufrir”. Es una frase que resuena cada vez más en diversos diálogos dentro y fuera del ámbito de las consultas médicas.

Aunque no seamos conscientes nuestro pensamiento está determinado por paradigmas, también llamados sintagmas cristalizados por los lingüistas y podría asimilarse a lo que vulgarmente se llaman frases hechas.

Hay 2 factores a los que historiadores y sociólogos contemporáneos culpan de esta tormenta perfecta. El primero, es el surgimiento del estado de bienestar, que se produjo en los países desarrollados a partir del fin de la segunda guerra mundial. Se trata de la idea de que el bienestar que proporciona la tecnología y los productos de consumo puedan incluir la desaparición del sufrimiento psíquico, tanto como el aire acondicionado atempera el padecimiento de los rigores climatológicos, así como la anestesia y los calmantes evitan el dolor físico.

Según estos autores, esos avances tecnológicos han llevado al espejismo de que el sufrimiento psíquico que forma parte de las emociones y acontecimientos de la vida pueden ser eliminados del mismo modo que el exceso de calor o del frío por un simple electrodoméstico, o del tormento de los mosquitos por esos eficaces chismes que se enchufan a la pared.

Paradójicamente el estado de bienestar es también el protagonista de la segunda causa, pero por su declive.

Declive que implica un endurecimiento de las condiciones del mercado laboral y, en consecuencia, un aumento de la exigencia sobre los trabajadores. “No puedo permitirme no dormir si mañana tengo que trabajar”. Es otra frase estandarizada en boca de los consumidores de pastillas para dormir.

La consecuencia última de estos fenómenos es la estigmatización del sufrimiento psíquico y la negación de que constituye una emoción inevitable del compromiso con la vida. Un símil de ello nos lo da la digitalización de la música transformada en archivos MP3. Para que pesen menos, en jerga informática, la música pierde los picos de graves y agudos. Suena y se reconoce la melodía pero despojada de sus matices.

Vivir con intensidad supone picos de alegría y dolor. De momento no parece que se puede extirpar el dolor sin quitar el brillo de la alegría. Nadie sufre por tener que descartar una marca de coche o una lavadora a la hora de una compra, pero la incertidumbre acerca de ser correspondido por una persona de la que se está enamorado duele en el alma. Lamentablemente no se puede anestesiar ese dolor sin anestesiar también ese amor.

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