Psicólogo en Mallorca

El político bailarín y el espejito mágico

En su libro La lentitud, el escritor checo Milan Kundera describe un tipo particular de político: “El bailarín se distingue del político corriente en que no desea el poder, sino la gloria; no desea imponer al mundo una u otra organización social (eso no le quita el sueño en absoluto), sino ocupar el escenario desde donde poder irradiar su yo”.

Puede que no exista otro oficio con tanta carga crítica en la sociedad como el de los políticos. Sin embargo, ser político es un trabajo como el de médico, fontanero o pintor. Como a cualquier otro trabajo, se puede acceder llevado por circunstancias de la vida o por vocación. También, como cualquier otra profesión su ejercicio puede tener diversos grados de creatividad, moralidad o perfeccionismo.

De los diversos aspectos de la modalidad de acción política, Kundera destaca el papel que juega la necesidad de protagonismo público. En el cuento de Blancanieves la reina hechicera pregunta al espejo mágico “espejito espejito ¿quién es la más bella de todas?”. Como sabemos, el hecho de que un día en lugar de contestarle que es ella le diga que es Blancanieves la lleva a la furia asesina.

Es una magnífica metáfora de la dependencia de la mirada del otro, es decir de la aprobación social. Es una condición psicológica corriente el apoyar la autoestima en lo que reflejan personas del entorno social que funcionan como espejitos mágicos.

Es más, la indiferencia a la mirada ajena puede ser síntoma de patologías graves, como el autismo o la psicopatía. La sensibilidad a la mirada de los otros forma parte de la seducción y está ligada a beneficios concretos. El origen etimológico de la palabra seducir en latín significa guiar, influir en otros. La conquista de amor, de amistad, del beneficio económico o profesional requieren seducción. Por ejemplo, para un comercial conquistar al cliente le significa ganar una venta.

Sin embargo, y como sucede con muchos aspectos de la personalidad, esta necesidad puede sufrir un incremento que altere el equilibrio y coarte la felicidad y los logros. En el bailarín hay una doble distorsión: por una parte no le basta un grado de reconocimiento, busca la plenitud de la adoración, ser “la más bella”, por otra parte su espejito mágico no son personas físicas y concretas de su entorno sino un público anónimo, una multitud. De ahí la soledad del poder.

La consecuencia de este efecto se traduce en que el elemento narcisista se antepone a los contenidos y proyectos. En otros términos, más importante que la lealtad a un partido político o el compromiso con un proyecto es al afán de protagonismo, salir en la foto, no perderse tal o cual inauguración o evento. En la jerga de los profesionales de la producción periodística lo llaman “chupar cámara”. Ni siquiera se trata de dinero. Y eso es lo que distingue al bailarín del corrupto. En cierto modo el bailarín, como la reina hechicera, es esclavo del espejito pues al no haber un objeto concreto la angustiosa duda crea la compulsión a volver a por el “eres la más bella”.

El político corrupto tiene un objetivo que es el poder pero, en última instancia, siempre se trata de dinero. Y eso permite bienes perennes: coches, casas, cuentas en paraísos fiscales, etc. El político bailarín corre tras algo abstracto y efímero. Al menor tropiezo se encuentra con el vacío como la reina hechicera descalabrada por una sola terrible respuesta “La más bella es Blancanieves”.

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