Psicólogo en Mallorca

Botellón. La punta del iceberg

Como todo fenómeno social el del botellón es complejo, tanto en las causas como en lo que revela. En las últimas semanas hubo un incremento de los esfuerzos por erradicar esta práctica social. Representa un problema urbanístico, sociológico y psicológico.

Ya hay suficiente información en los medios sobre el problema de degradación urbana que significa la aglomeración de jóvenes, embriagándose, y dejando un tendal de vómitos, basura y hasta orines.

Tal como está enfocado, erradicar el problema apunta a una “normalización” para que esa vida social y el consumo de alcohol se produzca en el ámbito cerrado de discotecas y bares. Pero, ¿es una aceptable normalidad que el alcohol sea necesario y protagónico en la socialización?

Una vigorosa campaña contra el tabaco no solo ha logrado des-normalizar un hábito de espacios públicos que solo en Europa mata 1,2 millones de personas al año, sino incluso un cierto descenso en el consumo. Por razones entre las que la economía debe tener un peso fundamental, las campañas no han llegado al tema del alcohol.
Sin embargo el efecto destructivo del abuso del alcohol es dramático. En España es responsable de 20.000 muertes anuales. Solo por citar uno de los muchos estudios concluyentes, científicos del centro de investigación Príncipe Felipe, demostraron que el alcohol destruye la mielina de los conductores nerviosos. Incluso se publicaron fotos del daño en la portada de la revista Glia.
Por eso, sin despreciar el esfuerzo de instituciones públicas en erradicar esa visible forma de degradación urbana considero que es importante destacar el hecho que desde el punto de vista sanitario, social y psicológico, el verdadero problema es el alcoholismo.

No cualquier consumo de bebidas alcohólicas supone alcoholismo. Como con cualquier psicotrópico, es la necesidad lo que divide las aguas. Adicción es lo contrario a elección.
Prototipo de un consumo selectivo es la cata. La degustación de un excelente reserva, el análisis y disfrute de sus propiedades organolépticas no se suele asociar a la embriaguez.

Cada droga constituye un universo, una tipología, unos determinados efectos psíquicos y sociales. La condición para que una droga “enganche” es la ilusión de que “sirva” para resolver algo.
No existe una única clase de alcohólico. En el caso del alcoholismo del botellón, se trata de un alcoholismo social. Mayoritariamente los adolescentes y jóvenes beben por el efecto des-inhibidor. El resultado es que todos los frutos de esa socialización tienen “inmersión etílica” y en consecuencia la amistad, la seducción o la sexualidad que genera están impregnados y fuertemente condicionados. Podría afirmarse que la facilidad con que ocurren es directamente proporcional a su carácter superficial y fugaz.

¿Es esto exclusivo del universo del botellón? Rotundamente no. No se concibe una discoteca sin alcohol, del mismo modo en que muchos adultos no conciben una cena con amigos sin ese lubricante. Importa insistir que no se trata de una elección sino de una necesidad. Por eso la calidad de la bebida que fluye en el botellón es la mínima encontrable en el mercado. Justamente eso hace tan rentable el negocio de las formas “civilizadas” de vender alcohol en las zonas de ocio a jóvenes locales o a turistas. Simplemente se les vende cualquier cosa que coloque.

Vale la pena insistir en que no se trata de una condena moral. La compañía, la amistad y hasta la facilitación del acceso a la sexualidad que proporciona el alcohol es más pobre, precaria y fugaz. Es lo que la tele en blanco y negro a la de color. En síntesis, el botellón es un molesto problema cívico, pero mayor aún es la falta de calidad de vida de sus protagonistas.
El problema urbano del botellón puede llegar a regularse, pese a que “Los guiris se ríen de la norma antibotellón” (Titular de Diario de Mallorca del pasado sábado 29 de junio). Trato de llamar la atención de que es solo la punta del iceberg de un grave problema sanitario, sociológico y psíquico: el alcoholismo social.

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