Psicólogo en Mallorca

San Valentín y los eternos fantasmas

Por comercial o cursi que el Día de San Valentín sea considerado por muchos, la temática del amor, el erotismo y, en última instancia, el deseo y la vida, hace que merezca una reflexión.

Como en todos los eventos que se repiten, ante este día del amor surge la pregunta sobre si las transformaciones sociales cambian también las formas del amor sexuado como para poder hablar de progreso.

Dado que las producciones artísticas son una expresión importante del imaginario social, el cine, su lenguaje y contenido narrativo son un buen campo para buscar respuesta.

La sola comparación de la evolución en la historia del cine muestra una especie de striptease paulatino y constante desde los cuerpos velados a los desnudos totales y de los castos besos en labios apretados a escenas de sexualidad explicita a las que solo el tener argumento las distingue de la pornografía.

Si la taquilla sirve para cuantificar el interés del público en un género, el dato de que “Cincuenta sombras de Grey” ha superado todas las expectativas al recaudar 248 millones de dólares en todo el mundo dice mucho. Y eso pese a haber cosechado críticas demoledoras de los periodistas especializados.

Es innegable que, ya sean artísticamente mejores o peores, los films del género erótico han avanzado imparablemente en el grado de libertad en sus contenidos.

Un hecho histórico que ha marcado la disminución de la censura fue la derogación del código Hays en el año 1967.

El código Hays, creado por la asociación de productores cinematográficos de Estados Unidos (MPAA) por sus siglas en inglés, consistió en una serie de reglas restrictivas de lo que podía y no mostrarse en las películas estadounidenses. Era claramente una censura de moral puritana. Como hubo que calmar a las voces más conservadoras, la MPAA instauró inmediatamente un nuevo código de clasificación por edades.

¿Significa este cambio un camino hacia la plenitud del placer y la ausencia de castigo?

Pues la prueba de que no es así, es que si hacemos un recorrido por las películas con mayor contenido sexual explícito de los últimos años, veremos que casi nunca están exentas de elementos angustiosos o malos finales. Como ejemplo, en  el film japonés “El imperio de los sentidos” aparece una profunda reflexión del director Naguisa Oshima, sobre la búsqueda de emociones cada vez más intensas que lleva a un final dramático en que el personaje femenino asfixia y castra a su amante. Lo mismo sucede en la icónica “Último tango en París”, donde el protagonista, encarnado por Marlon Brando después de haberse pegado una que otra fiesta, muere baleado por el objeto de su libidinoso deseo.

Y por tomar otro ejemplo, mucho más recientemente, la atrevida “Ninfomanía” de Lars Von Trier acompaña la exposición de sexualidad con un clima de sordidez y angustia.

Pareciera que el “Séptimo Vicio”, como el periodista de cine Gonzalo Frías llama a su programa sobre al séptimo arte, no ha podido romper una censura invisible y que no está en ningún código escrito. Si la historia va de amor y sexo explícito, ha de llevar castigos, culpas e imposibilidades.

La razón profunda está en lo que parece ser el precio de toda civilización: el choque entre los impulsos y las normas que regulan cualquier sistema.

Quizás por eso los códigos, ya sea el de la moral judeo-cristiana de soldar placer a pecado o el de otras culturas, siempre estén, de alguna manera, poniendo límites al gozo.

Puede que por la misma razón el “amor libre” de la cultura hippie o el ideal anarquista de los antisistema hayan terminado en utopías, o que la visión de una sexualidad no traumática transmitida por la antropóloga Margaret Mead en “Adolescencia y cultura en Samoa” haya sido tan criticada hasta casi borrarla del mapa de la antropología tolerable.

Es por todo esto que más allá de los cambios hay algo inmutable en lo que se festeja en San Valentín: la maravilla del amor, pero también sus límites que siempre, siempre están presentes.

En la célebre novela “Rayuela”, Julio Cortázar plasmó esta idea de que la imposibilidad siempre se las ingenia para merodear el terreno del amor sexual en una bellísima frase.

“Creo que no te quiero, que solamente quiero la imposibilidad obvia de no quererte. Enamorado como el guante izquierdo de la mano derecha”.

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