San Valentín: permanencia o cambio
“Porque esto fue el día de San Valentín cuando cada ave vino aquí a elegir su pareja”
Allí por el 1300 el poeta inglés Geoffrey Chaucer escribió este poema para el compromiso del rey Ricardo ll con Ana de Bohemia. En 1840, Esther A. Howland comenzó a vender las primeras tarjetas postales masivas de San Valentín, conocidas como “valentines”, con símbolos como la forma del corazón. En el siglo XIX, en Inglaterra, comenzó el intercambio de postales producidas masivamente. A esta práctica se sumó el dar otro tipo de regalos como rosas y chocolates, normalmente regalados por los hombres a las mujeres. ¿Hay cambios desde entonces? ¿Para bien… o para mal? Puede que no haya mejor exponente de las transformaciones del mundo del amor que internet, las redes sociales y las páginas de búsqueda de pareja. Solo Facebook supera ya los 500.000 millones de usuarios en 70 idiomas. En general todas las páginas de búsqueda de pareja tienen una estructura en que los usuarios configuran un perfil de lo que son y ofrecen, y acceden al perfil de los que otros son y ofrecen. Un espacio de oferta y demanda. Se pueden recoger opiniones sobre los riesgos o ventajas de esta nueva modalidad social. Desde serios estudios sociológicos basados en investigación de campo a artículos de divulgación en medios dirigidos al gran público. Como versión negativa se destacan los riesgos de encuentros con personas desconocidas, la posibilidad de que caracteres patológicos con inhibiciones socio-afectivas operen desde personalidades imaginarias o impostadas, la tendencia a la promiscuidad… incluso alguna forma de degradación.
También hay visiones positivas. La libertad y el acceso a un universo humanamente más rico y geográficamente infinito. La posibilidad de que seres aislados, por cualquier circunstancia de la vida, se comuniquen y se encuentren en función de intereses y sensibilidades comunes. Pero según los desarrollos más interesantes en la psicología y la antropología contemporáneas el avance de la ciencia y la tecnología no tiene incidencia en la cuota de felicidad. Esto significa que lo que toda sociedad gana por un lado lo pierde por otro. Lo cierto es que las sociedades son organismos dinámicos en transformación permanente. La cultura, el lenguaje, los valores, todo cambia y se transforma sin parar. Pero, en algún sentido, hay estructuras inamovibles. Mientras que Heráclito afirmaba que no se puede entrar dos veces en el mismo río, 2.500 años más tarde Jean Paul Sartre diría que solo podemos cambiar dentro de una permanencia. Creo que ambos tuvieron su cuota de razón no solo para individuos sino también para la sociedad.
En función de esta visión de lo distinto y lo cambiante podríamos cotejar dos escenas separadas por varias décadas: las personas que en Ciutat de antaño buscaban el amor, paseaban ida y vuelta por el Born; o los habitantes de la Part Forana, daban vueltas a la plaza de su pueblo. Aún existen las discotecas, pero hoy el escenario se desplaza a pasos de gigante hacia internet. Así como antaño los padres recelosos mandaban al hermanito de carabina, hoy en día pueden controlar el uso del ordenador. Sin embargo hay algo que no ha cambiado en absoluto: las intenciones y los motivos. Antes como ahora, las personas buscaban ver y ser vistas, conocer y darse a conocer, finalmente, amar y ser amados. Si en la plaza existían galantes conversaciones de tanteo, eso también se da en los chats. Antes como ahora las relaciones necesitan un período de exploración. O sea, pasa el agua como pasan el tiempo y las tecnologías, pero el río sigue siendo el mismo. Así que… ¡que podemos seguir regalando rosas!