El insólito éxito del porno y la disonancia cognitiva
Este 2018 se inicia con el anuncio de que Grupo Zeta cerrará Interviú, la célebre revista creada en 1976 que se hizo notable por ser la primera publicación española que mostró fotografías de mujeres semidesnudas en portada. Aunque la revista tiene contenidos diversos, la exhibición de desnudos femeninos con poses eróticas permite situarla en la periferia light de la pornografía.
Las pérdidas que llevaron al cierre de la revista no son atribuibles a un descenso del interés por la contemplación de lo erótico sino por haber quedado superada por otro soporte mucho más eficiente y explícito: la oferta de vídeos pornográficos en internet. Las últimas cifras sobre las visitas a páginas web de contenido porno revelan un aumento galopante.
Según un artículo de la revista americana The Cat, Pornohub, una de las webs porno más populares, tiene 10 millones de vídeos colgados y ya ha acumulado 75 millones de visitas de todo el planeta superando las de The New York Times. La cantidad de información utilizada en visitas a webs “para adultos”, pueril eufemismo para la pornografía, supera la capacidad de almacenamiento de todos los iPhone vendidos en un año en todo el mundo.
La más incontestable evidencia del descomunal interés social por la pornografía nos la da el marketing, cuyo olfato por los intereses de la población para transformarlos en dinero es infalible. Los sabuesos de las empresas de publicidad que rastrean el interés y las tendencias de consumo para su explotación comercial por medio de la venta de espacios de publicidad llamados banners, han sido los primeros en saberlo.
Según un extenso artículo reciente de El País, la conocida marca de moda urbana Richardson organizó un desfile en que sus modelos llevaron en la ropa que exhibieron en la pasarela el logo de la exitosa Pornohub.
La magnitud de este fenómeno social ha despertado el interés de numerosas investigaciones sociológicas, neuro-científicas y psicológicas, además de innumerables artículos de opinión sobre aspectos éticos, educativos y su incidencia sobre el comportamiento sexual considerado normal o patológico. También alimenta intensos debates entre defensores y detractores.
Las consideraciones de los defensores a este fenómeno lo ven como positivo en tanto forma de libertad y disminución de la represión y la censura. “A los españoles les faltaba sexo, les dimos sexo. Faltaba claridad, les dimos la libre expresión de los columnistas. Era un traje a la medida. Era un cóctel. Pero no Molotov” Fueron las palabras que pronunció en 1986 Antonio Asensio Pizarro, el creador de Interviú.
Por el contrario, para los críticos se trata de una industria que se basa en la degradación de los actores, en la fetichización de la mujer y en la creación de una imagen falsa y circense de la sexualidad.
Sobre la manipulación de los actores en general Alfred Hitchcock, considerado uno de los directores más influyentes de la historia del cine, desnudó la cruda realidad con estas palabras. “Cuando un actor me viene diciendo que quiere discutir su personaje, yo le digo, -está en tu guión. Si él me dice, -pero, ¿cual es mi motivación?, yo le digo, -tu sueldo”
La polémica sobre la pornografía ha llegado incluso a los debates intelectuales. Anna Span, graduada de Central Saint Martin School, una de las más prestigiosas escuelas de arte del mundo es una conocida y polémica directora de cine porno enfocado al público femenino y activista defensora de la pornografía. Suele ser entrevistada con frecuencia por sus singulares ideas. En un debate reciente, muy difundido en los medios anglosajones, protagonizó un encendido enfrentamiento con Germaine Greer, un ícono del feminismo que denuesta ese género cinematográfico.
Pese a su creciente masificación, este hábito no es un producto de la modernidad ni de internet. En los años previos al llamado “destape”, el férreo control de la censura franquista en todos los ámbitos sociales y culturales coexistía con un tráfico de revistas eróticas que eran traídas a hurtadillas de algún viaje a París, más tarde surgieron productos locales como Interviú y ahora ese nicho lo ocupa internet.
En fin, que guste o no, se lo considere bueno o pernicioso, el fenómeno existe.
Pero, ¿por qué? ¿Qué sentido tiene el ser espectador de unas imágenes virtuales en las que no se tiene ninguna participación y en la que otros aparentan disfrutar?
Como todo fenómeno psíquico este hábito tiene aspectos muy complejos que exceden el horizonte de este breve comentario, pero existe un concepto que formuló en 1957 el psicólogo estadounidense Leon Festinger en su libro “Una teoría sobre la disonancia cognitiva” que puede arrojar alguna luz. Básicamente se trata de que cuando la lógica de la realidad y las experiencias muestran una apreciable incongruencia o disonancia con las expectativas, fantasías o ilusiones, las personas tienden a forzar ideas de justificación que permitan negarla.
La teoría de Leon Festinger ayuda a entender por qué tantos millones de personas cierran en falso sus necesidades sexuales, renunciando a ser protagonistas y quedando confinadas a ser meros espectadores de un montaje plano, inodoro e insípido de un goce ajeno que, en tanto ficción, tampoco es tal.
Pero da igual, esa parte del yo capaz de construir una narración que haga minimizar lo evidente ante lo deseable puede, como el mal sastre, con todo.
El genial Borges, que según sus biógrafos tuvo una sexualidad muy pobre nos dejó una sutil sugerencia.
“Que cada hombre construya su propia catedral. ¿Para qué vivir de obras de arte ajenas y antiguas?”