El caso Ayala y la desnudez de los hechos
Los hechos no se pasean desnudos. Es una condición que afecta la capacidad que tenemos de observar y juzgar los acontecimientos. En otras palabras, en mayor o menor grado miramos y juzgamos las cosas con prejuicios que nos impiden verlas en estado puro.
Francisco Ayala, uno de los más brillantes biogenetistas españoles, es el último destinatario de lo que muchos consideran una caza de brujas basada en equiparar cualquier conducta seductora masculina a un aberrante crimen sexual.
El caso de Ayala es especialmente dramático porque recuerda aquello de “dispara y luego pregunta”. Vale la pena leer el valiente artículo titulado “El caso Ayala” publicado el pasado 30 de julio en este espacio por Camilo José Cela Conde en el que expone el carácter arbitrario y la más que probable motivación de una lucha por el poder académico. Hace falta valentía para cualquier comentario que no se mimetice con lo que es, según las modas, políticamente correcto. Más recientemente cincuenta científicos de EEUU, España, México, Italia, Brasil o República Checa de los cuales una buena parte están ligados a la Universidad de California Irvine, de la que Ayala fue expulsado, ha manifestado su apoyo al investigador.
Las implicaciones en juego son vastas y complejas pues abarca cuestiones éticas, filosóficas y jurídicas, como señala Matías Vallés, desde una posición discrepante, en su comentario del último domingo.
Si hubo delito probado como afirma Vallés o fue un montaje impulsado por una lucha política como afirma Cela Conde y si es justa la proporcionalidad entre ciertas conductas y la magnitud del linchamiento y el escarnio no es una cuestión que, como psicólogo, pueda definir. En cambio sí me parece interesante el mecanismo psicológico que subyace al carácter visceral y explosivo que lleva a un linchamiento precipitado, se trate de las brujas del oscuro medioevo, desdichadas mujeres quemadas en la hoguera, o de personajes contemporáneos como Ayala.
Los estudios de los mecanismos psicológicos que rigen el funcionamiento cognitivo implicado en la formación de opinión afirman que la clave está en un fenómeno llamado en ingés affirmative bias que se podría traducir como “sesgo afirmativo”.
Se trata de la disposición a ser más receptivo a hechos o datos que confirmen la propia posición o creencia. Este es un efecto muy fuerte y de enorme incidencia en todos los individuos. Claro que en algunos más que en otros!
Este mecanismo está implicado en cualquier actitud prejuiciosa, en el pensamiento mágico, en las creencias y en todos aquellos mitos que infiltran nuestra observación y valoración de los hechos.
El viejo refrán “Hazte la fama y échate a dormir” se refiere precisamente a ese efecto que puede llegar a crear una absoluta ceguera frente a toda evidencia que contraríe una opinión formada.
La importancia y presencia de este fenómeno es tal que se encuentra implicado en la inercia del amor o del odio que se instala en las relaciones.
En el proceso penoso y, a veces eterno, de derrumbe de algunos matrimonios ocurre a veces que alguien se empeña en negar las evidencias de que su pareja ya no es lo que era. O peor aún, que nunca lo fue.
El poderoso efecto hipnótico del affirmative bias tanto vale para el linchamiento como para el endiosamiento. Sin duda explica que algunos dictadores populistas puedan subsistir aferrados a algún elemento histórico, desmentido por todas las evidencias, o psicópatas que encarnan gurús, como el implicado en el caso de Patricia Aguilar, recientemente rescatada en la selva peruana, donde estuvo esclavizada junto a otras mujeres en la secta construida sobre elementos casi infantiles.
Un riesgo nada despreciable para la legítima lucha por equipar los derechos de la mujer y desterrar las formas degradadas y violentas de la masculinidad sería que se generalice el uso arbitrario de acusaciones de conducta sexual inapropiada como arma arrojadiza de descalificación en distintos enfrentamientos.
Y todo esto ocurre porque los hechos se resisten a pasearse desnudos.