Síndrome post-vacacional de padres e hijos
Un mal evitable. En pocos días el comienzo de las clases marcará para muchas familias el final de las vacaciones. Con ello emerge un fenómeno social que se implantó hace 2 ó 3 décadas: la determinación de los padres por incorporar actividades extracurriculares a la formación que proporcionan los colegios. Clases de algún idioma extra, deportes, música, cuando no, la asistencia a clases de apoyo para reforzar asignaturas con dificultades. Esto tiene consecuencias para los padres y para los niños.
Padres chóferes. No es infrecuente que uno de los padres tenga que invertir importantes esfuerzos de tiempo, traslados y esperas para llevar a los niños a estas actividades. La observación muestra que éste es un factor importante de estrés y empeoramiento de calidad de vida para el adulto.
El niño sobre-adaptado. Los psicólogos usamos esa denominación para aquellos niños demasiado responsables que llegan a sacrificar y posponer sus necesidades en aras del deber ser social. Es un fenómeno que puede verse en la personalidad de muchos deportistas de elite exitosos o no. En cualquier etapa de la vida, hay un equilibrio entre esfuerzo y esparcimiento. Tener tiempo para «no hacer nada», sea jugar en solitario o alguna forma de vida social, como la pandilla de vecinos o los hermanos, es una necesidad que hace a una cierta armonía.
Por ejemplo, no es lo mismo tomar clases de tenis con un profesor que un juego espontáneo. Ni jugar un partido informal al fútbol que entrenar en una escuela de ese deporte o disfrutar de la vela en el mar que entrenar y participar en regatas. Las clases derivan fácilmente al objetivo de la perfección y la competencia. Impresiona observar la ansiedad de los padres y la angustia de los niños que entran en carrera de un deporte.
Bertrand Russel escribió en su autobiografía que los momentos libres en los jardines de Pembroke Lodge en casa de su abuelo Lord Rusell fueron decisivos en el desarrollo de su personalidad e intereses. «En Pembroke Lodge me acostumbré a los amplios horizontes y una vista clara de la puesta del sol». Aún cuando nuestros hijos no vivan en la mansión del primer ministro, como Russell, la posibilidad de un tiempo sin estructura, mandatos y presiones puede ser más productiva que una clase de piano o idioma.
Trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDH). He observado con frecuencia que niños remitidos a la consulta con presunción de TDH están en realidad reaccionando ante el desequilibrio entre la forma de vida y la necesidad de la naturaleza infantil de tener tiempo para «hacer el vago» sin culpa. Eso lleva a que el niño frustrado se distraiga, disperse y aburra en un universo que solo suma exigencias y culpas. Incluso el potencial creativo de un niño no depende, e incluso puede ser disminuido, por la acumulación cuantitativa de actividades.
Jugar es para el desarrollo de la iniciativa, esencial. Se olvida que tan importante como aprender es querer aprender. En la cura de la anorexia, recuperar el apetito es tan importante como comer. Por eso el mejor antídoto para evitar el síndrome post-vacacional es bajar los niveles de exigencia y aderezar esfuerzo y trabajo con juego y libertad.