Psicólogo en Mallorca

Analizabilidad

El hecho de que en los últimos tiempos se observe un significativo aumento de las demandas de tratamiento psicológico en muy distintos estratos sociales y culturales; y por síntomas de muy diversa índole hace que sea importante saber si en todos los casos se puede realizar exitosamente una terapia psicoanalítica y de no ser así, cuales son las restricciones.

El principio fundamental de la psicoterapia psicoasnalítioca puede sintetizarse así: Cuando más inconsciente es un contenido ideativo, mayor eficacia patogénica tendrá el mismo. En otras palabras, cuanto más ignora un sujeto sus motivaciones e ideas reprimidas más fuerza tendrán éstas para producir angustia, síntomas e inhibiciones. Por lo tanto la cura psicoanalítica consiste en un proceso de autoconocimiento que se realiza por medio de la palabra y se basa en la eficacia de los símbolos; tanto como causa de los síntomas, como en tanto medio para su curación.

Ello supone por parte del paciente una participación activa de búsqueda y de lo que técnicamente se denomina pulsión epistemofílica, que alude a la curiosidad o deseo de conocer.

Como se ve, entonces la capacidad de simbolizar que supone el uso de la palabra y el deseo de conocimiento son elementos decisivos y de ellos dependerán las condiciones del éxito o fracaso de un proceso psicoterapéutico.

Analizaremos ahora cómo la aplicación de estas nociones permite entender de una manera clara y rigurosa el problema de la aplicabilidad de la terapia psicoanalítica.

Veremos cómo operan estos conceptos en función de tres variables que son:

  1. La relación del paciente con su síntoma.
  2. Las diferencias que suponen los distintos cuadros psicopatológicos.
  3. La diversa modalidad de la transferencia.

La primer variable a considerar es lo que técnicamente se denomina egosintonía y egodistonía. Éste es un término compuesto que alude a la relación que tiene el ego con parte o con la totalidad del sistema psíquico del individuo. Diremos que esta relación es egosintónica cuando, al referirnos a cómo siente o qué relación tiene una persona con sus síntoma y características, decimos que las asume y reivindica como propias. Por el contrario, diremos que hay egodistonía cuando sentimos que una parte de nuestros actos o sentimientos nos resultan extraños o angustiosos.

Se ve entonces la importancia que tiene para el psicoterapéunta éste parámetro a la hora de encarar una terapia, pues supone atender a como siente el propio paciente lo que le ocurre, más allá de lo que piensan las personas de su entorno.

Por ejemplo en niños y en adolescentes la consulta muchas veces esta determinada en una decisión de los padres o maestros y ellos no necesariamente tienen consciencia de que algo vaya mal. También puede suceder que en una pareja sea un miembro el que presione al otro a realizar una consulta. En estos casos suele ocurrir que el paciente no se siente mal o no tiene conciencia de su síntoma.

Por el contrario aquellas personas que acuden más angustiadas o en una situación de crisis la egodistonía será mayor.

En consecuencia podemos afirmar que cuando mayor sea la egodistonía más motivación habrá por parte del paciente para, por así decirlo, poner toda la carne al asador. Por ello las crisis, pese a lo penosas que son para el paciente, abren un estado de cuestionamiento que puede resultar un terreno muy fértil para la cura.

Por el contrario las personas que se presentan con una certeza excesiva en sus afirmaciones y que creen tener una explicación para todo lo que les sucede acuden con la idea de que sólo quieren tocar algo muy puntual, o vienen, como decíamos antes, porque otros se preocupan. Ello supone una situación egosintónica y por lo tanto de mucha mayor dificultad pronóstica.

La segunda variable es la de las condiciones y dificultades específicas que suponen las distintas estructuras psicopatológicas.

Para ello consideraremos los cuadros psicopatológicos en tres grupos, en función del grado de dificultad que presentan a la terapia psicoanalítica.

En el primero, que es el de mayor dificultad, ubicaremos la psicosis y las fallas constitutivas graves, en el segundo la personalidad paranoica y la psicopatía y en el tercero la histeria y la neurosis obsesiva en el que, como veremos, las posibilidades de aplicabilidad y eficacia del psicoanálisis son mayores.

En el primer Grupo, el de la psicosis y las fallas constitutivas en la organización del sistema simbólico, el problema lo constituye la precariedad o, en algunos casos, hasta la ausencia de una organización subjetiva y de un núcleo yoico que en la mayoría de los casos esteriliza por completo todo intento de abordaje psicoterapéutico; terminando la mayoría de las veces en la cronificación.

Por lo tanto estas entidades psicopatológicas constituyen la mayor dificultad para la eficacia posible de un tratamiento psicoanalítico y es decisivo tomarlo en cuenta pues en muchos casos puede llegar a ser contraindicado un intento de abordaje terapéutico de tipo psicoanalítico.

Eso no excluye que haya todo un campo que está siendo explorado y que se basa en la posibilidad de instrumentar, en estos casos, técnicas constitutivas del sujeto.

Dentro del segundo grupo, la especificidad de las condiciones esta representada, en la psicopatía, por la tendencia compulsiva a la acción debida a una deficiencia de simbolización y por lo tanto la eficacia de la palabra y la disposición epistemofílica que como veíamos al principio son elementos fundamentales de la psicoterapia psicoanalítica verán limitada su eficacia. En la personalidad paranoide la dificultad radica en la tendencia a situar lo hostil y persecutorio fuera del sujeto por medio de los mecanismos proyectivos. En consecuencia el yo aparece en egosintonía con el mundo interno y en lugar de situar el problema y la búsqueda en sí mismo siente que lo que está mal es el mundo exterior. Es decisivo en estas patologías priorizar en el proyecto terapéutico la recuperación del área de simbolización, en el caso de la psicopatía, y la subjetivación de lo proyectado en la paranoia.

Finamente, veremos ahora las particularidades del tercer grupo constituido por la histeria y la neurosis obsesiva.

En ambos casos la sintomatología se constituye sobre un logrado proceso de simbolización y por la acción de la represión, que actúa de un modo específico en cada una de estas entidades psicopatológicas, a través de mecanismos de distorsión y encubrimiento de las emociones y las representaciones.

Si bien los cuadros psicopatológicos agrupados en este tercer grupo plantean dificultades específicas, representan dentro del espectro de la psicopatología las mejores condiciones de aplicabilidad para un abordaje psicoterapéutico.

La tercera y última variable se refiere a la transferencia.

La manifestación de los síntomas neuróticos siempre compromete los lazos sociales de un sujeto y le da a los mismos cierta fijeza. La tendencia a reproducir ciertos patrones de comportamiento en las distintas relaciones podría metaforizarse diciendo que es como si el neurótico pese a cambiar de instrumento tocase siempre la misma melodía.

Por lo tanto, es inevitable que, dado que la psicoterapia se lleva a cabo en una relación interpersonal, el modo y las vicisitudes de esa relación sean importante no solo porque lo que presentifican del síntoma sino porque además es uno de los campos en que se realiza el proceso de la cura.

En consecuencia también el modo de la transferencia que establece un paciente es una variable a considerar en cuanto al problema de los distintos grados de analizabilidad.

Para ello pueden distinguirse tres modalidades de transferencia: la primera se denomina evacuativa, la segunda imaginaria y la tercera elaborativa.

En la modalidad evacuativa, en el tipo de relación que el paciente tiende a establecer, predomina la búsqueda de contención y el alivio de ser escuchado. En este modo de funcionamiento transferencial, si bien el paciente obtiene un alivio a su angustia el efecto modificador es mínimo.

En la segunda modalidad, que llamamos imaginaria, hay un compromiso y una conciencia mayor con la terapia y el terapeuta, pero en tanto depositarios del mundo fantasmático del paciente. A este fenómeno Freud lo denominó el establecimiento de la neurosis de transferencia.

Si bien esta modalidad de transferencia imaginaria aparece como la reproducción con la persona del terapeuta de los conflictos y síntomas del paciente y puede ser un factor perturbador, también, en la medida en que es reconocido permite el esclarecimiento y modificación de las matrices neuróticas del comportamiento.

La tercera modalidad, llamada elaborativa, se refiere al predominio de lo que al principio describimos como pulsión epistemofílica, o sea cuando la motivación del paciente se centra en la adquisición y comprensión de la lógica, que el tratamiento, le permite descubrir en sus síntomas.

Podríamos decir que este tipo de modalidad es el que representa la posibilidad de mayor y más definitiva eficacia de la cura.

Finalmente es importante aclarar que estas modalidades de relación que acabamos de ver pueden ser predominantes en algunos sujetos pero también suelen aparecer a lo largo de las distintas etapas de una psicoterapia.

Esta aclaración es importante, pues permite aclarar que no hay para el psicoterapeuta un paciente ideal que pudiera funcionar siempre en una modalidad elaborativa.

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Publicado el 13/01/2004 en Extracto presentación a congreso