Psicólogo en Mallorca

Marilyn, la malignización del deseo

La larvada y sucia batalla entre demócratas y republicanos en EE UU está haciendo que salgan a la superficie todos los trapos sucios que se puedan encontrar unos y otros. Si el mes pasado reapareció misteriosamente de la nada la becaria de Bill Clinton, ahora es un libro con un estudio sobre el supuesto brutal asesinato de Marilyn Monroe bajo el título The Murder of Marilyn Monroe: Case Closed (“El asesinato de Marilyn Monroe: caso cerrado”). Los autores intelectuales del crimen, nada menos que John y Robert Kennedy. La investigación aporta cantidad de pruebas que contradicen la teoría oficial del suicidio y concluye que se trató de una ejecución con mano de obra mafiosa para resolver lo que se había transformado en un problema de Estado.

La connivencia de los servicios de inteligencia norteamericanos con la mafia de New York y Chicago es un hecho histórico y reconocido y, de hecho el aporte de los capos ya es parte de la historia de los comienzos de la CIA durante la Segunda Guerra Mundial. Los caracteres y conductas humanas que emergen en estas turbulentas aguas, constituyen oportunidad para los psicólogos de pescar ejemplos reveladores por su desmesura.

La historia del trágico final de este ícono de la sensualidad y la belleza permite una reflexión sobre la compleja gestión de los impulsos. No por casualidad este caso anuda ingredientes de poder, sexo y deseo. Con la base de una historia de precariedad, una madre psicótica, un padre que la abandonó, orfanatos y una violación temprana, su belleza le descubrió que en contraste de la miseria de la que provenía, disponía de una llave para resolver cualquier obstáculo. De niña abandonada a niña malcriada.
Según sus biógrafos Marilyn era marcadamente impulsiva, y así como un niño malcriado al que la falta de límites le permite comerse todos los chocolates, para ella no había hombres imposibles. En especial encendía su deseo hombres que tuvieran un emblema. No es demasiado arriesgada la explicación psicoanalítica de que en esos emblemas buscaba suplir las carencias simbólicas de su infancia. Sin embargo para la mayor parte de los hombres con que se relacionó Marilyn no fue más que un capricho de consumo. Como tener el último modelo de coche, y por ello totalmente fugaz y descartable. Por eso, según el libro, cuando los Kennedy se cansaron de ella reaccionó con furia pues por su impulsividad no pudo aceptar la frustración y se volvió incontrolable y amenazante.

El tener mucho de algo, sea fama, belleza, dinero o poder, puede alimentar el espejismo de que es posible tenerlo todo. Si bien una dosis de idealización siempre actúa como detonante del deseo, en lo cuadros impulsivos y compulsivos se produce un desborde de una manera similar al enloquecimiento de la células cancerosas que se reproducen sin control y destruyen la funcionalidad de los tejidos.
La analogía con el cáncer permite entender que así como la capacidad biológica de las células de reproducirse tienen que ceñirse a una información organizadora, la chispa del deseo que da sal a la vida solo puede dar resultados sostenibles si es regulada por una serie de frenos, reglas y adecuación constante a la cambiante realidad. Por eso los antropólogos no han encontrado ninguna forma de organización social o religión que no exija algún peaje para acceder al paraíso.

En la nomenclatura de la psicología clínica también existe un nombre para los casos opuestos, la sobreadaptación. Se trata de caracteres que siendo funcionales y socialmente exitosos, han reprimido excesivamente su ser en función del deber-ser. En otros términos, que lo que es bueno para los demás puede aplastar la capacidad de detectar de lo que es bueno para uno mismo, por eso este caso opuesto suele encontrarse en el origen de cuadros depresivos y de ansiedad. Para los criterios de salud psíquica, la dificultad radica en que si las Marilyns suelen vivir poco y en el caos, los sobreadaptados pueden vivir mucho y aburridos.
Según Paracelso, un personaje de la prehistoria de la medicina, todo es veneno y nada lo es. Sólo la dosis hace el veneno. O, como afirma el viejo refrán mallorquín, entre poc y massa, sa mesura passa.

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