Psicólogo en Mallorca

Problemas de la cura psicoanalítica en relación al concepto de normalidad psiquica

El estudio sobre la validez del concepto de normalidad psíquica halla su razón en la fuerte articulación de este concepto con el tema de la intencionalidad del analista y la conducción que el mismo haga de la cura. Es solo en función de la respuesta a este problema que el trabajo de análisis podrá o no llamarse “cura”.

También resulta implicado en esta cuestión el tema de la eficacia, sea cual fuere la direccionalidad que se reconozca como válida.

O sea, que si la escena analítica se produce y sostiene por el pedido de quién espera cierto arreglo, aún cuando la respuesta intente transcender el proyecto neurótico desde el cual este pedido se produce, hay allí una direccionalidad.

Normalidad psíquica es un concepto que tiene dos sentidos independientes: el estadístico y el intrínseco al individuo en tanto como sistema en relación al funcionamiento posible del mismo.

El desarrollo del pensamiento psicoanalítico se ha producido esencialmente en el último de estos sentidos. Incluso para muchos autores quedan excluidos ambos.

Aunque no parezca lo más pulcro no parece haber para el psicoanálisis otro lugar que la clínica misma donde poder ubicar y dirimir estos problemas. Esto último parece hoy haber sido admitido o mejor dicho re-admitido.

El problema es que las circunstancias sociales que rodean la entrega de comunicaciones entre los analistas condicionan y orientan muy fuertemente el contenido de sus discursos.

Se comprenderá la importancia de este fenómeno si se piensa en la noción althusseriana de ideología como el modo vivido de los hombres con el mundo. Modo en el que una práctica social, condicionada por su inserción en el sistema productivo produce su ideología como sistema de sustentación.

Posiblemente sea por ello que los trabajos sobre clínica abunden en transcripciones más o menos extensas y literales del discurso de los pacientes, a los que se suceden elaboraciones teóricas con formalizaciones que la sustentan. También, aunque mucho más escuetas, se transcriben intervenciones certeras del analista. Últimamente se ha agregado otra dimensión: los actos analíticos. Desde que se difundieron menciones respecto de la legitimidad de comportamientos por medio de los cuales un analista puede intervenir trasponiendo la barrera de la neutralidad, los analistas se han animado en sus comunicaciones a confesar una multiplicidad de circunstancias en que la inmutabilidad de un síntoma es enfrentada con un comportamiento, un “acto” del analista.

Estos actos tienen una similitud con las intervenciones de las que se habla más arriba: son certeros. Tienen algo de movimiento de una pieza de ajedrez en la calculabilidad y anticipación, y de la limpieza de un golpe de Karate.

Dado que el psicoanálisis consta de una teoría explicativa de la legalidad y los determinismos del psiquismo humano, y de una práctica que pretende una eficacia modificadora sobre el mismo, las características de las comunicaciones descriptas producen la impresión de que el edificio teórico es verosímil; o sea que se ajusta a la realidad que describe y que esa realidad (el sujeto escindido y sus síntomas) es transformable en base a recursos eficaces y en una dirección determinada.

Este trabajo intenta plantear algunos problemas en la articulación de la noción de normalidad psíquica con la direccionalidad y eficacia de la cura y con la posible indomabilidad de las estructuras estables de la vida psíquica.

Los conceptos de universo simbólico y de sujeto freudiano guardan entre sí una relación de interdependencia. Incluso la singularidad de cada sujeto está dada por una combinación específica de elementos discretos, los significantes, y los particulares efectos de sentido de los discursos que lo constituyen.

Los universos simbólicos constituyen estructuras abarcativas como las culturas o singulares como las clases sociales o las organizaciones y mitos familiares; llegando a la especificidad de la organización de la subjetividad individual.

Pese al infinito poliformismo con que se constituyen, soportan y trasmiten las diversas culturas, todas tienen en común el guardar una relación de determinación recíproca con el lenguaje. Es por ello que puede considerarse que la legalidad de lo simbólico y la de lo psíquico sean la misma.

Entre las leyes que rigen el funcionamiento del sistema simbólico humano, existe una paradoja lógica: la simultaneidad del carácter consistente e inconsistente del mismo. Que los sistemas simbólicos, las culturas, o las individualidades son consistentes lo evidencia el hecho de que funcionan, de que lo hacen en base a cierta legalidad, de que existen códigos y organizaciones, de que pueden entrar en relación con las leyes de la naturaleza y de que en última instancia el mundo subjetivo no es un caos.

De la inconsistencia da cuenta el psicoanálisis mismo; explorando un mundo, el de los juegos de sentido, que posibilitan en el lenguaje un más allá de la información en el cual algo puede representar otra cosa, cambiar de ropaje, dar lugar a un malentendido, expresarse contradictoriamente, etc. También es por el psicoanálisis que se conoce al sistema motivacional del ser humano como basado en la búsqueda de un objeto que…no existe.

Es por cierta relación entre la consistencia e inconsistencia de la organización familiar que se produce la constitución psíquica de un individuo deseante y su circulación exogámica. Esto hace referencia al concepto teórico capital de castración en la teoría psicoanalítica.

Un ejemplo claro y explícito de esto es la función formadora del amor materno en la capacidad deseante del sujeto sexuado que Freud describe en “Tres Ensayos para una Teoría Sexual” en la sección dedicada al hallazgo del objeto. Si es mucho ahoga y si es poco no da el modelo; solo una buena proporcionalidad asegura su función preparatoria. Buena proporcionalidad o buen encuentro entre las proporciones significa en última instancia una cierta relación entre lo consciente e inconsciente.

La necesaria existencia de esta simultaneidad paradójica no excluye el que haya distintas resoluciones: lo que hoy conocemos como la diferencia entre locura y normalidad o si se quiere entre estructura psicótica y neurótica, no parece desmentirlo; ya que no es una diferencia temática lo que marca la heterogeneidad de una estructura respecto de la otra sino la existencia de un “mal encuentro” entre una cierta proporcionalidad. En síntesis interesa afirmar la existencia estructural de elementos que a la vez que son condición de posibilidad de funcionamiento de la estructura psíquica son también posibilidad de disfunción de la misma.

Si se cambia la expresión “disfunción” o “mal encuentro” por enfermedad psíquica podría afirmarse que siempre ha habido enfermos psíquicos en toda cultura. La mutación de las sintomatologías (como la disminución de las histerias charcotianas) no desmiente que otras formas sintomales las sustituyan. La idea de Lacan sobre la imposibilidad de progreso se inscribe en la misma dirección. Más aún, puede afirmarse que toda organización cultural a la vez que es la posibilidad de un funcionamiento normal hace posible la aparición de la enfermedad psíquica. Las investigaciones de Levi Strauss sobre las curas shamánicas y la eficacia simbólica permiten suponer que junto a la presencia de enfermedad psíquica toda forma de organización social debe haber producido alguna forma de intento curativo. En otros términos esto implicaría un intento de colocar a los individuos en lugares consistentes. Incluso los orígenes mismos del descubrimiento psicoanalítico están marcados por el hecho de ser respuesta a una demanda preexistente: las histerias esperaban una curación; que Freud haya comprendido que curarlas implicaba escucharles el deseo en el síntoma, no implica que la escena del psicoanálisis se haya librado del determinismo de una demanda de curación.

Aunque el psicoanálisis esté muy lejos del discurso médico sobre la curación eso no significa que no tenga que ver con el tema, a pesar de que sea desde una distinta concepción del sujeto y una heterogénea legalidad epistémica.

Aún cuando esa posición que Freud metaforizó con la cita de aquel cirujano que afirmaba “yo lo opero, Dios lo cura” la aceptamos como propia, no hay allí una caída absoluta de la intencionalidad de algún arreglo, sino, a lo sumo la invocación de un camino indirecto para lograrlo. Se podría escuchar allí lo siguiente: “yo lo opero para curarlo, aunque no me hago cargo más que de un eslabón del proceso, pero de todos modos mi acción acumula todas la maniobras posibles para que la curación se logre”.

Este tema ha sido insistentemente tratado a lo largo de la historia del psicoanálisis. Las modas y tendencias han oscilado una y otra vez tras nomenclaturas distintas entre posiciones más partidarias de técnicas activas, correctoras o educativas hasta las más duramente abstinentes.

En este sentido hay en la obra de Lacan una metaforización sobre la posición del analista a partir del juego del bridge. Explicita a partir de esta metáfora el modo y el sentido de la intervención del analista y la libertad del paciente en relación a hacer su juego. El analista aparece así en el lugar del compañero de juego que hace a su pareja largar sus cartas.

Pero también aquí puede pensarse que la carta cuya largada se propicia tiene el sentido de un movimiento determinado en relación al universo simbólico que constituye el juego. Un juego que se debe hacer existir. O sea, que aunque quien hace una jugada cuenta con ciertos márgenes de libertad, ese margen no va más allá de las posibilidades del juego que son las reglas de combinación de significantes.

Por ello puede afirmarse que analizabilidad-inanalizabilidad implica posibilidad o imposibilidad de jugar cierto juego, y los juegos son prácticas sociales que a su vez se presentan a los individuos como lugares consistentes en los que encaramarse.

Muchos autores psicoanalíticos confrontados con la escena de la clínica han conceptualizado de algún modo la existencia de las formas de normalidad psíquica. Las etapas evolutivas de la organización de la libido en Freud, las posiciones esquizo-paranoide y depresiva de M. Klein, las ocho edades del hombre de Erikson, e incluso la sexuación como condición de acceso al lenguaje en Lacan, dan cuenta de cómo esta problemática ha interpelado insistentemente a distintos autores.

El pedido que interpela a un analista es el de un individuo para el que esos lugares son inaccesibles. La prueba de ello es que no son momentos de gran realización vital en los que surge en un sujeto la demanda de análisis. Más aún, quizás hasta podría pensarse que esta demanda suele surgir cuando lo que debiera ser invisible en el calor de la lucha por realizar una existencia se hace conciente en el sentido del mal zapato.

Es por esto entonces que puede justificarse el uso de la noción de cura pese a lo discutida que esta palabra está hoy en día, aún cuando aceptemos la curación como algo heterogéneo respecto al proyecto neurótico de curación que es un producto de la fantasmática del paciente.

La realización de un análisis basado en la regla fundamental es no solo posible sino que puede ser brillante, ameno y contar con el entusiasmo del paciente y su analista. Pero esta práctica social, como el juego de las cartas requiere de sus participantes la posesión de las descriptas consistencias del sistema simbólico.

La teoría freudiana de la transferencia hace referencia al carácter matricial del comportamiento. Esto puede sostenerse más allá de la discusión sobre si lo matricial está dado por una operatoria determinada de un conjunto significante que determina un discurso en el que el sujeto como significante se ubica a él mismo y a sus objetos o si hay una semántica que insiste, organiza y determina. En ningún caso queda cuestionado lo matricial del comportamiento que le da al mismo su estatuto inercial.

Las palabras del paciente son a la vez que un texto a descifrar, un objeto de intercambio y están ordenadas por la neurosis de transferencia. Esto llevaría a concluir que un análisis como cura solo puede realizarse con un sujeto que no tenga gravemente comprometido el plano de la intersubjetividad.

En otros términos llámese compulsión a la repetición, estilo, carácter matricial o insistencia del inconsciente, la experiencia lo pone al psicoanalista frente al hecho de que la problemática que particulariza la vida de sus pacientes no es independiente de lo que sucede con las palabras mismas que son las materia en que el análisis intenta producirse.

Aquí es donde se plantea el problema del peso de las fallas de inserción simbólica de un sujeto en el análisis que intenta realizar.

Para poder especificar la particularidad del problema servirá marcar su heteronomía respecto al concepto de resistencia y al de actuación dado que con ellos Freud describió las dificultades para la realización del trabajo de análisis.

Resistencia es un término que Freud utilizó de modos diversos, desde un sentido fenomenológico descriptivo hasta para funciones metapsicológicas con valor sistémico o de estructura.

Este fenómeno, la resistencia, es un componente del análisis, parte del “juego” siendo que en algún sentido es la ocasión de que él análisis se produzca, ya que está presente en la producción de las formas sintomales, en los sueños, los lapsus, y todos los efectos de puntuación del discurso.

En cambio, para el problema que aquí se intenta describir, el analista no encuentra la oportunidad de desandar un camino de encubrimientos que esconden un deseo, con la consecuente eficacia mutágena sobre la posición subjetiva del paciente ni el desencadenamiento en el mismo de arborescentes sociales.

Por lo tanto, solo si se utiliza resistencia en la más descriptiva y amplia acepción que Freud dio a este término como todo lo que se opone al análisis, puede explicarse esta dificultad con ese concepto. Este trabajo intenta postular en cambio la existencia de una dificultad para el trabajo de análisis con manifestaciones clínicas distintas.

Aunque el concepto de actuación tiene un uso polisémico dentro de la teoría psicoanalítica y de discutida aplicación, puede decirse que alude a una disrupción en la elaboración y expresión de representaciones reprimidas que cuando ocurren en el espacio del análisis dificulta transitoria o definitivamente el mismo. En este último sentido hay un momento en que la constitución de una neurosis de transferencia en lugar de expresarse en representaciones sobre las que puede operarse en el comercio asociativo del diálogo analítico lleva a un comportamiento que ataca la continuidad del mismo, o que se manifiesta en el incumplimiento de alguna de las condiciones contractuales del análisis: ausencias, incumplimiento en los pagos, etc.

Nada de esto caracteriza el caso en cuestión. Por el contrario, muchas veces el paciente está firmemente allí, cumpliendo con todos los rituales con que el analista conforma su “encuadre”. Cierto es, que, como lo afirma Lacan, algo de demanda hay por el solo hecho de que el sujeto está allí, empecinándose día tras día (y también análisis tras análisis, dado que el fracaso de un intento no impide que la presencia del padecimiento que le produce su sintomatología lo empuje a volver a probar).

Un dato oscuro e impreciso pero que importa evocar, es la vivencia, la transferencia, que suscita en el analista: falta de placer en el trabajo, escaso sentimiento de utilidad, tedio, irritación, etc. Ni siquiera la posibilidad de participar en la complicidad especular de figuras como el curador, el maestro, el consejero, el lugar del supuesto saber, el amor, el juez severo o cualquiera de las configuraciones imaginarias que subyacen a la instauración de una corriente transferencial. Se trata, en cambio, de un sujeto que habla desde el lugar del padecimiento, de disfunción y que pone por delante la inmutabilidad de su sintomatología. A diferencia de cuando el “juego” funciona no aparece la posibilidad del develamiento de un deseo reprimido revelador y eficaz en su emergencia.

Se plantea el problema de lo abarcativo que puede ser este fenómeno en relación al conjunto de las manifestaciones de un individuo y de un análisis. Esto es articulable con la idea freudiana de “roca”, del mismo modo que la falla de inserción en las consistencias posibles de lo simbólico hacen referencia a las vicisitudes de la instauración del efecto de emblematización fálica y castración.

El estudio metapsicológico sobre la represión primaria y sus fracasos o la noción de forclusión así como el estudio de la constitución narcisística, constituyen hipótesis sobre el origen de un desarrollo ulterior de la constitución psíquica de un individuo. Sin embargo es intención de este enfoque tratar de buscar una inteligibilidad para las manifestaciones actuales del comportamiento y en particular las condiciones que presentan en su accesibilidad en la cura psicoanalítica.

El hecho de que ciertos pacientes presentan dificultades de acceso al trabajo de análisis ha sido tratado por varios autores. Ya en 1923, Freud plantea en El Yo y el Ello, el estatuto de la reacción terapéutica negativa para referirse a una paralización del avance de un análisis. Como siempre en la historia del pensamiento psicoanalítico, a partir del reconocimiento fenomenológico de éste fenómeno se produjeron múltiples intentos de interpretación del mismo. Freud lo ligó en diversos momentos a la economía del masoquismo, a la resistencia del superyo o al instinto de muerte.

A partir de allí el tratamiento que tuvo este tema podría agruparse en dos posiciones: quienes consideran que mientras haya una demanda manifiesta de análisis, toda dificultad ofrece necesariamente la posibilidad de un develamiento eficaz; y la de quienes reconocieron un estatuto diferencial e incluso plantearon el problema de los límites de la analizabilidad o la necesidad del empleo de técnicas ad-hoc.

El ejemplo más clásico de esto fue la larga y contradictoria elaboración que Sandor Ferenzi hizo de lo que él llamó “técnicas activas” como respuesta a las dificultades que presentaba una transferencia que se convertía en compulsión o una formación sintomal irreductible al trabajo de análisis.

Recientemente en el texto El Narcisismo, Hugo Bleichmar describe lo que llama déficit primario del investimiento narcisista. Bleichmar describe como el destino de una función depende de su emblematización, o sea de una atribución de valor por parte del adulto significativo para el niño. La ausencia de esta atribución de valor daría lugar a una falla primaria. Esto, generaría condiciones distintas a las de una función que hubiere sufrido el efecto de una represión. En consecuencia no podría esperarse eficacia del levantamiento de la represión. Sin embargo, para el problema clínico que aquí se intenta describir sería necesario el desarrollo de dos aspectos:

  1. que al hablar de falla se hace referencia a un concepto de normalidad, concepto discutido y del que justamente se trata en este trabajo de mostrar la necesidad de definir su estatus;
  2. que las manifestaciones de estas fallas narcisísticas primarias generan en la cura psicoanalítica condiciones particulares.

La concepción dentro de la cual no se reconoce un carácter particular para una dificultad en el proceso analítico en lo que hace el abordaje del mismo puede encontrarse representada en la sentencia de que la resistencia es la del analista, asociada a la idea de que si el paciente está presente produciendo un discurso es porque hay demanda y de que en consecuencia se trata de poder escucharla. Esta idea tiene el inconveniente de cerrar todo posible espacio para identificar y estudiar este tipo de pacientes creando una idea sobresimplificada de un fenómeno complejo que, es intención de este trabajo demostrar, existe con independencia a la resistencia, y aún a la sintomatología de quien aparezca en el lugar del analista.

Que haya siempre una otridad en la vida psíquica y que un síntoma tenga siempre un destinatario son nociones que no deben dar lugar al empirismo de creer que no hay autonomía posible para el funcionamiento de un sujeto y que siempre quien escucha es un cómplice.

Se abre aquí un interrogante sobre las respuestas posibles frente a estas manifestaciones en el análisis; si es que el análisis como tal puede dar alguna.

Cuestionar la posibilidad de que el psicoanálisis pueda pretender alguna eficacia frente a la estabilidad de ciertas organizaciones sintomales no significa descartar el artesanal ensayo de operaciones que intenten crear condiciones de accesibilidad para las mismas. Sin embargo tendría la ventaja de poder identificar y conceptualizar recursos en la conducción de la cura que están más cerca de la función educativa o protésica que de la idea de una labor interpretativa.

Esto abre un campo de interrogantes acerca de la posibilidad que haya para un sujeto adulto de instaurar nuevas identificaciones, de incorporar e incorporarse a estructuras discursivas distintas, de variar las operaciones de la lógica singular que subyacen a su fantasmática, de modificar o constituir sistemas de emblematización que posibiliten el investimiento de objetos de deseo y sus correspondientes sistemas de búsqueda y satisfacción, de acceder a una posición sexuada por instauración de un efecto de castración y en definitiva de que todos esos acontecimientos hagan posible un posicionamiento subjetivo distinto.

En resumen este trabajo cuestiona la posibilidad de concebir la intervención psicoanalítica como independiente de la demanda de modificación positiva en la vida psíquica del paciente.

La vulnerabilidad teórica y los excesos ideológicos cometidos en nombre del concepto médico de cura, o la tendencia a transformar el psicoanálisis en una herramienta normativizante no deben llevar al analista a una posición de absoluta neutralidad frente al sufrimiento del paciente. Como “la sopa no se toma tan caliente como se cocina”, en la intimidad de los consultorios los analistas que logran una población estable de pacientes rara vez son tan neutros como se describen en las en las comunicaciones académicas.

Por lo tanto para un psicoanálisis al que se le reconoce una intencionalidad hay pacientes que implican una dificultad específica: se trata de sujetos que por la conformación primaria de su vida psíquica enfrentan al analista a la imposibilidad de una eficacia en lograr mutar sus estructuras sintomáticas que, sin embargo, son egodistónicas. La imposibilidad de esperar un eficacia en el develamiento abre la alternativa de considerar que la inanalizabilidad del paciente implica una clausura de la escena de un cura por la palabra, o intentar una tarea que se oriente en el sentido de lo constitutivo. Esta última alternativa obliga a estudiar las relaciones entre el concepto de normalidad e ideología.

Es un problema central del psicoanálisis como práctica, la búsqueda de una concepción progresivamente liberada de implicaciones ideológicas del concepto de normalidad de la vida psíquica. Esta liberación es necesariamente un proceso interminable aunque no continuo: súbitas transformaciones en el ideal perseguido han ocurrido y seguirán ocurriendo mientras la estructura social siga evolucionando. Nos hemos de ver reducidos – en el mejor de los casos- nada más que a la denuncia de los contenidos ideológicos de las nociones preexistentes de normalidad psíquica. Una y otra vez volveremos a caer en la ilusión de que hemos conseguido una noción no socialmente determinada del concepto de salud mental (y en consecuencia de la dirección posible para una cura) solo para volver a ser descubiertos en un intento furtivo ajustado a los determinismos de nuestro momento histórico.

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Publicado el 13/01/2001 en Extracto presentación a congreso